Libano y Palestina

Por Chema Nieto
El problema de los refugiados palestinos, y en especial de los que pretenden recuperar el territorio palestino por la fuerza, ha marcado en gran parte el destino de las naciones que rodean al estado de Israel.
En los años setenta, Hussein de Jordania se ve forzado a expulsar del país a los refugiados de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), quienes se desplazarán entonces al sur del Líbano.
La OLP se hará con el control militar del sur del Líbano lanzando constantes ataques contra Israel, desestabilizando y radicalizando la región del Líbano, que entrará en 1975 en una cruenta guerra civil que perdurará hasta 1990.


La liga árabe crea en 1964 la OLP con la intención declarada de crear un estado independiente Palestino que, a efectos prácticos, propugna la destrucción de Israel. No será hasta 1993, cuando Yasser Arafat reconoce al estado de Israel, que la OLP acepta la solución de los dos estados -judío y árabe-, defendiendo un estado independiente Palestino en las tierras de Gaza y Cisjordania.
No obstante, la OLP y la resistencia palestina no han sido nunca un movimiento unificado. La increíble mezcla de intereses dentro de la OLP -que incluye a islamistas, pan-arabistas, pro-sirios, iraqíes o egipcios- justifica el guiño de los Monty Phython en La Vida de Brian; el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), el Frente de Liberación Palestino (FLP), el Frente Popular-Comando General (FPLP-CG), el Frente de Liberación Árabe (FLA) o la Armada de Liberación Palestina (ALP) son algunos de los principales subgrupos que lucharán por un pedazo de poder dentro o fuera de la propia organización.
En el Líbano, por otro lado, la apasionante mezcla de culturas y religiones ha convertido la zona, y en especial a la ciudad de Beirut, en una auténtica joya del Mediterráneo, donde conviven maronitas cristianos, sunníes, griegos ortodoxos, armenios, chiítas, drusos, alawitas... Las influencias árabe, europea, rusa y oriental son todas evidentes pero será con la guerra civil que se convertirán en trágicas.
En 1975 un grupo de Falangistas Cristianos son tiroteados al salir de la iglesia en un suburbio de Beirut. La Falange constituía entonces un partido político, social demócrata y cristiano, que desde comienzos de los setenta ostentaba una rama militar, apoyada económicamente entre otros por Alemania Occidental y Bélgica. Tras el tiroteo, la Falange asesina a veintisiete trabajadores palestinos que viajaban en autobús.
Cuatro meses después cuatro cristianos son asesinados en Beirut y la Falange, en respuesta, erige barricadas por toda la ciudad, pasando a cuchillo a todo palestino o musulmán que identifican.
En una ridícula y terrible espiral de asesinatos comienza una guerra civil salvaje; comunistas, palestinos, europeos, pan-arabistas, sirios, además de fanáticos religiosos de distinto signo, inician una batalla de “todos contra todos” en tierra libanesa. En 1977 Siria invade prácticamente el país desde el norte y en el 78 Israel hará lo propio desde el sur.
En este momento, en Irán, el Sha es derrocado y el Ayatollah Jomeini toma el poder, iniciando a comienzos de los ochenta una guerra increíblemente cruenta contra Iraq -en la que Estados Unidos juega a dos bandas, apoyando a unos y vendiendo armas a ambos, mientras pretende pacificar el Líbano con bombardeos preventivos.
Hizbullah nace entonces, con financiación iraní, como un movimiento islamista libanés que pretende derrocar a Israel.
En 1988 finaliza la guerra Irano-Iraqí y en 1990 la civil libanesa. En el 93, Yasser Arafat reconoce al estado de Israel y las expectativas de paz en la zona se acrecientan. A pesar de ello, los movimientos islamistas radicales capitalizan los derechos palestinos para justificar sus ataques indiscriminados contra Israel, entre ellos Hizbullah, que continúa bombardeando el norte Israelí constantemente aunque con una ineficacia que parece endémica.
El Líbano, por su parte, consigue instaurar tras la guerra una democracia que parecía inviable, repartiendo la presidencia y los ministerios entre distintos grupos (maronitas, chiítas, sunníes, etc), bajo la presencia militar -y la influencia política- de Siria. La implicación de Siria en el asesinato de Hariri obligará a esta a retirar sus tropas del Líbano (2005) ante una inusitada presión popular.
Hoy Hizbullah constituye una minoría política en el Líbano, un país rejuvenecido que pretende modernizar su democracia, desechando las fórmulas de conveniencia que se vio obligada a aceptar tras la guerra civil. La presencia pro-iraní y radicalmente anti-israelí se concentra en el sur del país, la ex-colonia de la OLP, desde donde continúan su guerra particular.
Además de las incursiones con hombres bomba y el secuestro esporádico de civiles o militares, los ataques con misiles desde el sur del Líbano son frecuentes. Los misiles Katiusha, de origen ruso, con los que Hizbullah hostiga el norte de Israel desde hace años, son identificados por los judíos con suficiente antelación, produciendo así daños mínimos -en cualquier caso estos misiles son una reliquia de los años cuarenta, con una precisión de tiro mínima, lo que facilita que rara vez produzcan siquiera daños materiales, lo que, añadido a los búnkeres israelíes domésticos y a su capacidad de anticipación, hace que las víctimas por parte israelí sean muy extrañas.
Israel ha aprovechado desde su constitución cualquier atisbo de consentimiento por parte de la comunidad internacional para hacerse con el control de su propio territorio y de aquellos que le rodean. La actual postura estadounidense de presión sobre Irán es aprovechada ahora por Israel para invadir el Líbano en un ataque preventivo que pretende acabar con los integrantes de la organización pan-islamista protegida por Irán, Hizbullah.
Que el ataque sea ilegal, injusto y hasta injustificado no evita que se esté produciendo de hecho ante las aparentemente atónitas muestras de rechazo internacional que en ningún caso se traducirán en acciones contra Israel.
Mientras, las acciones de Israel consiguen exacerbar la rabia y la frustración de la población árabe en general; una frustración que es fácilmente catalizada en movimientos radicales pan-islamistas, pan-arabistas o anti-occidentales que en nada ayudarán a estabilizar la zona y que parecen integrarse en un plan global de dicotomización mundial entre el oriente islamista y el occidente capitalista.
Por otro lado, la comprensión de la causa palestina hace que la mayoría de árabes, sea cual sea su origen o religión, acepte tácitamente, cuando no con abierta simpatía, movimientos anti-israelíes que hacen uso de la violencia como Hizbullah, al sentirse unidos, solidarizados -y hoy un poco más- ante la indiscriminación de los ataques que sufren por parte Israelí o norteamericana.
Este sentimiento de solidaridad que comparten aquellos que sufren un ataque hace que los continuos ataques preventivos o defensivos israelíes consigan, lejos de desanimar a los violentos, aumentar las huestes de aquellos dispuestos a proteger, defender o incluso acompañar a los grupos que luchan contra Israel. Una lucha que hoy capitalizan los islamistas y que parece estimularse con cada nuevo bombardeo, sea en el Líbano, en Iraq o en Afganistán.
No. No es este el camino de la paz.