PALESTINA EN LOS TEXTOS ESCOLARES DE ISRAEL


Por Carolina Bracco

“A mi hermano Mahmoud Darwish:
¿quién volvió nuestra historia conflictiva
y me colocó entre las altas torres
mirando parado por arriba de los pesados portones de Gaza
observando las ventanas de las casas a través de la mira de los rifles?
¿Quién levantó entre nosotros muros de cemento y hierro y ojos de cámaras
y nos dividió en conquistadores y conquistados
cuando deberíamos ser hermanos?”
Almog Behar

En los albores de los enfrentamientos entre sionistas y palestinos en 1948, Hannah Arendt (2007, lxii) con su lucidez característica, predijo que “incluso si los judíos ganan la guerra, su fin encontraría las únicas posibilidades y logros del sionismo destruidos. El resultado será algo significativamente distinto del sueño judío, ya sea sionista o no-sionista. Los judíos “victoriosos” vivirían rodeados por una población árabe completamente hostil, encerrados en fronteras siempre amenazadas, absorbidos por la auto-defensa al punto de que ello dejará en segundo plano todos los otros intereses y actividades.  El fomento de una cultura judía cesará de ser el interés del pueblo como un todo, (…) el pensamiento político estará centrado en la estrategia militar” (…) “Bajo estas circunstancias…los judíos palestinos se degenerarán en una de esas tribus guerreras de Esparta”.

Años más tarde, intelectuales israelíes como Ilan Pappé, Amos Oz, Uri Avnery han echado luz sobre las fracturas internas de la sociedad israelí, mostrándonos como, tras 50 años, la ocupación per se se ha vuelto más importante que el sionismo en tanto ideología o movimiento nacionalista. En otras palabras, el sionismo ha quedado vacío de contenido con la política de la ocupación, que ha dejado de ser un medio para ser un fin en sí mismo.

Nurit Peled lleva sin dudas inscripta en su historia aquello de que “lo personal es político”. Su padre, el general Mattiyahu Peled, participó en la guerra de 1948 y es considerado uno de los héroes de la de 1967 -que trajo consigo la ocupación de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental- para luego convertirse en un partidario de la causa palestina y uno de los co-fundadores junto a Uri Avnery del Consejo Israelí por la Paz Israelo-Palestina en 1975.



En 1997 su hija Smadar de 14 años murió víctima de un atentado suicida. Cuando Ehud Olmert -el entonces alcalde de Jerusalén y luego Primer Ministro Israelí- la llamó para darle sus condolencias ella se negó a recibirlo. Consideraba que la política de ocupación de su gobierno era responsable de la muerte de su hija, y comenzó a trabajar junto a las palestinas.

Invitada por el Parlamento Europeo en el Día Internacional de la Mujer en 2005, Nurit Peled sostuvo que: “Todas nosotras somos víctimas de la violencia mental, psicológica y cultural que hace de nosotras un solo grupo homogéneo de madres enlutadas o potencialmente enlutadas. (…) Cada una de nosotras está aterrorizada por una educación que infecta el espíritu para que creamos que lo único que podemos hacer es rezar para que nuestros hijos vuelvan a casa o estar orgullosas de sus cuerpos muertos. Y todas nosotras hemos sido educadas para soportar todo esto en silencio, para contener nuestro temor y nuestra frustración, para tomar Prozac contra la ansiedad, pero nunca para aclamar en público a Madre Coraje. Yo soy una víctima de la violencia de Estado. Viviendo en el mundo en el que vivo, en el Estado en el que vivo, en el régimen en el que vivo, no me atrevo a ofrecer a las mujeres musulmanas ninguna idea, sea del tipo que sea, sobre la manera de cambiar sus vidas. (…) Sólo quiero pedirles humildemente que sean mis hermanas, expresar mi admiración por su perseverancia y su valor, que sigan teniendo niños y que mantengan una vida llena de dignidad a pesar de las imposibles condiciones en las que las hace vivir mi mundo. Quiero decirles que todas estamos unidas por el mismo dolor. Que todas somos las víctimas de los mismos tipos de violencia, aunque ellas sufran mucho más y porque son ellas quienes son maltratadas por mi gobierno y su ejército y con ayuda de mis impuestos”.

En Israel -como en Esparta- la primera y principal finalidad de sus ciudadanos es convertirse en buenos soldados. Como sabemos, los espartanos eran sometidos a entrenamiento militar desde su infancia. En Israel, “la nueva Esparta”, esto equivale a la educación primaria y secundaria, como demuestra Nurit Peled tras un extenso trabajo de investigación.

La escuela tiene un papel estratégico y decisivo en la construcción del sentido común, o, lo que es lo mismo, fijar un estado de cosas a la vez que perpetrar las narrativas nacionales. Así, por ejemplo, mientras la escuela en Argentina tuvo como propósito “hacer argentinos” (Romero, 2004) en Israel tiene aún hoy como propósito “hacer soldados”.

Sobre cómo se llega a ser un buen soldado israelí trata entonces este contundente estudio de Nurit Peled que bien podría llevar como subtítulo -parafraseando a Mahmoud Darwish- “En presencia de la ausencia”. Lo primero es anular la existencia de los palestinos: tapar el sol con la mano. A pesar de ser el 20% de la propia población de Israel, los palestinos están ausentes de los libros escolares israelíes y son denominados simplemente como “no-judíos”; una negación del “nosotros”, que como bien enuncia Peled, es quizás la palabra con más carga ideológica que se nos pueda ocurrir. La distinción entre judíos y no-judíos posiciona al primer grupo no sólo como dominante sino también como “más real”, empujando a los “que no somos nosotros” a los márgenes. Los no-judíos son, al final, no-personas, se los ubica en no-lugares; fuera del tiempo y del espacio; “aldeas no reconocidas”, “ausentes presentes” son algunas de las categorías marginales que impregnan el discurso racista que refuerzan la idea de centro y periferia y el silenciamiento de la comunidad palestina. Las masacres son su cara más atroz y devastadora.

Al promover una identidad territorial y nacional que se basa principalmente en la negación de la identidad palestina, los textos escolares siguen la tradición de los pioneros sionistas y los políticos israelíes. Por ello, los discursos de los textos escolares de historia, geografía y educación cívica se mezclan con discursos políticos, ideológicos, militares, reforzados por profecías bíblicas que buscan inmortalizar y legitimar el dominio judío a la vez que deshumanizar y marginar a los palestinos; que son identificados, a la postre, como extranjeros. Con este bagaje, que se desgrana al detalle a lo largo del libro, los niños y niñas israelíes dejan la escuela para unirse al ejército y continuar la política de ocupación de su país.

El elemento central del discurso nacional israelí es el de la continuidad histórica, presente desde los comienzos del movimiento sionista. Herzl, uno de sus principales ideólogos, en el primer congreso sionista en 1897 enunciaba que “Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. El sólo oírla nombrar es para nuestro pueblo un llamamiento poderosamente conmovedor. Si Su Majestad el Sultán nos diera Palestina, nos comprometeríamos a sanear las finanzas de Turquía. Para Europa formaríamos allí parte integrante del baluarte contra Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie” (Hezrl: 1979, 59).

Se resalta aquí un elemento de gran importancia en la construcción del discurso reflejado en los textos escolares como argumento central: la identificación del territorio con la totalidad ausente de la comunidad judía. Por una parte, el hecho de que en el año 70 d.C. los romanos destruyeran Jerusalén y los judíos hayan tenido que exiliarse, se inserta como un precedente histórico que afirma que los judíos son los naturales del lugar y merecen volver. Así, el proyecto de instauración del Estado judío no se basaba en una continuidad geográfica, sino en la persistencia de una tradición religiosa, y la legitimización del “regreso a casa” tras dos mil años de ausencia. De allí se desprende “el culto de la continuidad” (Nora: 1996, 12) una imagen del pasado que sirve para la justificación del presente; la justificación de la colonización continua de Palestina. Para ello, los textos escolares buscaron “indigenizar” a los primeros inmigrantes judíos, marginando la presencia palestina y su carácter de población nativa histórica y justificando su carácter etno-nación en virtud de su legítima propiedad del territorio. Utilizando la geografía para reforzar su etno-nacionalismo, los libros enseñan a los niños y niñas a verse como los dueños legítimos de la tierra, sus recursos y pobladores, así como a aumentar la dominación judía y su expansión.

Por otra parte, la cita identifica a los palestinos con la barbarie, una construcción que se sostiene hasta nuestros días. La identificación de los palestinos -y los árabes en general- como una plebe primitiva y violenta contrapuesta a la sofisticada, culta y europea sociedad israelí abona el sentimiento de superioridad, a la vez que sostiene los privilegios siempre amenazados por los subordinados. De ahí la inmanencia del discurso de seguridad, que legitima a su vez las prácticas de opresión, discriminación y asesinato transformándolas en prácticas de defensa y venganza.

A partir de esta negación –absolutamente radical- del Otro, el movimiento sionista construyó una sociedad paralela a la existente para constituirse en la única sociedad en Palestina. Así, la lógica interna del movimiento desconocía y rechazaba todo lo que consideraba externo a la resolución del “problema judío” creando, como señala con perturbación Peled, el “problema palestino”.

Ante este “problema” -constitutivo de su propia identidad- se erige hoy Israel, el único Estado-nación moderno basado en criterios étnicos; donde hay ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría y el pensamiento político está centrado en la estrategia militar. Nada parece indicar que, por el momento, “la nueva Esparta” siga el destino de la primera, e Israel se vea obligada a destruir sus propios muros para construir puentes de entendimiento con sus vecinos. Pero sin duda la presencia de voces valientes como la de Nurit Peled, dan esperanzas de que podamos soñar con ello.